Por Diego Marcano Arciniegas
| 15 de diciembre, 2015
Poco antes de las 7:30 de la noche del sábado, se escucharon los aplausos en Le Bourget,
justo después de que Laurent Fabius, ministro de relaciones exteriores
de Francia y presidente de la conferencia sobre el cambio climático
dijera: “el acuerdo de París ha sido aceptado”. Representantes de 195
países superaron décadas de divisiones que impedían establecer un trato
para prevenir un catastrófico futuro.
El convenio global busca reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero, con una contribución de todos
los países para evitar que la temperatura aumente 2°C por encima del
nivel de la era preindustrial, debido a que dicha cifra generaría daños
descomunales para el planeta: aumento de la temperatura de los océanos
(inundando ciudades de baja altitud), daño en campos de cosecha, lo que a
su vez podría aumentar los niveles de hambrunas, y migraciones masivas.
La meta propuesta es mantener el aumento de la temperatura global por
debajo de 1.5°C con respecto a los niveles preindustriales.
La tarea de salvar al mundo resulta
bastante oportuna. A pesar de que muchos países han publicado planes
para vencer el calentamiento global, en los que figura la inversión en
energía solar y eólica, las propuestas individuales resultan débiles e
insuficientes. Al sumar todas las propuestas anteriores al tratado de
París, se proyecta que las emisiones globales podrían aumentar la
temperatura del planeta en 2.7°C.
De acuerdo con una investigación
liderada por James Hansen, precursor de la divulgación de los efectos
del cambio climático, y financiada por la NASA y la Universidad de
Columbia, una marca por encima de los 2°C tendría consecuencias
dramáticas.
No obstante, hay posturas encontradas en
torno al Acuerdo de París. Para el mismísimo James Hansen, científico
de la NASA, el tratado es un fraude. “Son palabras sin valor. No hay
acción verdadera, sólo promesas. Siempre que los combustibles fósiles
sigan siendo los más económicos, seguirán siendo utilizados”. Por otra
parte, para Kumi Naidoo, director ejecutivo de Greenpeace Internacional,
el tratado resulta prometedor: “la raza humana se ha unido en una causa
común. El acuerdo de París es sólo un paso en un largo camino y hay
partes de él que frustran, que me decepcionan, pero es un avance. El
acuerdo por sí solo no nos va a sacar del agujero en el que estamos,
pero sí hará el camino menos empinado”.
Si bien es habitual encontrar opiniones
divergentes, es relevante revisar qué dice el texto aprobado por los 195
países. A continuación 5 claves del Acuerdo de París.
¿Qué propone el Acuerdo de París?
1. El acuerdo de París no obliga legalmente a los países a hacer recortes de emisión de gases de efecto invernadero.
El Protocolo de Kyoto de 1997 pretendía obligar a los países a recortar
sus emisiones, pero no funcionó. No resultó viable que los países
fueran forzados a reducir el consumo de combustibles fósiles cuando no
estaban dispuestos a hacerlo o no tenían los recursos necesarios. El
Acuerdo de París propone que cada Estado presente su propio plan para
disminuir las emisiones y obtener fuentes alternativas de energía.
Si un país no logra
reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, no recibirá
ninguna penalización, ni se podrá castigar el incumplimiento del
acuerdo. Este aspecto ha sido ampliamente criticado por quienes
consideran que sin sanciones el tratado es “ingenuo”. Sin embargo, la
principal razón por la que no es vinculante es para evitar la necesidad
de que sea ratificado por los congresos nacionales de cada nación, como
sucedió con el Protocolo de Kyoto que, por ejemplo, nunca fue ratificado
por el Congreso de Estados Unidos.
2. Un aumento menor a 2°C es la meta de temperatura global. Desde el inicio de la era industrial hasta hoy, el
planeta se ha calentado alrededor de 1°C. Si bien el objetivo del
acuerdo es mantener el calentamiento total por debajo de los 2°C en
relación a la temperatura de la era preindustrial, los países
prometieron esforzarse en lograr un aumento menor a 1.5°C. Inicialmente
se trata de una meta ideal que sólo podrá lograrse al aplicar políticas
públicas internas.
3. Se presentarán nuevas propuestas cada 5 años. Debido
a que los planes actuales no pueden asegurar que mantendrán el
calentamiento por debajo de los 2°C, los países podrán corregir sus
propuestas y agudizar las exigencias para presionar a otras naciones a
que tomen medidas más fuertes y efectivas.
4. Se adoptará una política de transparencia. Se
implementarán medidas de monitoreo para poder reportar el avance de los
planes climáticos de cada país. China se ha opuesto a este punto
argumentando que las inspecciones intrusivas atentan contra la
soberanía. El método con el que funcionaría el sistema de monitoreo no
ha sido determinado.
5. Se dispondrá de un fondo para los países más pobres. Los
países con menos recursos necesitarán ayuda para adoptar energías
limpias y para adaptarse al impacto climático que podrá causar desastres
naturales (inundaciones, tormentas, aumento del nivel de los mares,
etc). Los países propusieron un fondo, no vinculante a nivel legal, de
100.000 millones de dólares, que podrá aumentar en el futuro.
Hay un gran nivel de escepticismo frente a los alcances reales del convenio. Para David Victor,
profesor de la escuela de políticas públicas globales y leyes de la
Universidad de California, el tratado se puede beneficiar de la teoría de la bicicleta,
según la cual las negociaciones son sostenibles sólo si son
ininterrumpidas —al igual una bicicleta se mantiene en movimiento hasta
que se deje de pedalear—. Mientras se promueva la cooperación y haya un
monitoreo, los responsables de las propuestas sentirán la presión para
profundizar en las medidas hasta obtener resultados concretos.
Vencer el reto que plantea el cambio
climático es una tarea de proporciones descomunales que deberá ser
realizada por varias generaciones. El tratado de París no es un punto de
llegada, por el contrario es el primer paso en un arduo y largo camino.
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